En México hay goles cantados… y también hay partidos donde la portera decide qué sí pasa y qué no. Y así nos tiene Claudia Sheinbaum: de pronto apareció condenando los comentarios “motivacionales” (pero con fondo machista) de Javier “Chicharito” Hernández, poniéndolo como el ejemplo perfecto de lo que no queremos en la conversación pública. Un futbolista dando consejos raros sobre “mujeres fracasando” fue el pretexto ideal para que todos hicieran olas. Pero mientras se armaba la cancelación exprés del exdelantero, ¿quién seguía tranquilazo, con fuero y hasta sonriendo? Exacto: Cuauhtémoc Blanco. ¿No está rarísimo que se ataque a uno y al otro ni lo despeinen?
Porque no se trata sólo de memes y cancelaciones. El INE ya incluyó oficialmente a Blanco en el Registro Nacional de Personas Sancionadas por Violencia Política de Género, un catálogo que básicamente te pone el letrero de “ojo con este político”. ¿Y qué pasa después? Pues nada. Ahí lo tienen, legislando como si no hubiera pasado nada. Entonces, ¿de qué sirve hacer escándalo con un futbolista retirado si un político en funciones, del partido en el poder, está fichado como violentador?
Lo más irónico es que mientras a Chicharito lo sacaron del debate público, Cuauhtémoc sigue siendo parte del equipo de Morena. El mensaje es claro: si estás dentro del partido y sumas votos, no importa si traes tarjeta roja. ¿La política mexicana es así de selectiva? ¿O sólo aplica la justicia cuando es mediáticamente rentable?
Y aquí viene el gol más cantado: el feminismo y la lucha contra la violencia política de género no pueden ser un accesorio para los discursos bonitos. No puede ser que una presidenta se ponga la camiseta feminista para pegarle a un futbolista por sus palabras, pero se quite el uniforme cuando se trata de sancionar a alguien de su propio equipo. ¿De verdad vamos a normalizar que la indignación se use como cortina de humo?
El caso Chicharito funcionó perfecto para el trending topic y los titulares fáciles. Pero lo de Cuauhtémoc es más serio: ahí hay víctimas, sanciones oficiales y consecuencias políticas que simplemente no llegan. Entonces, ¿por qué nos indignamos selectivamente? ¿Por qué las redes y los discursos oficiales son tan rápidos con los famosos, pero tan lentos con los políticos que de verdad tienen poder?
En el fútbol, los árbitros se equivocan, pero en la política las reglas parecen hechas para proteger a los que portan la camiseta correcta. ¿Hasta cuándo vamos a dejar que nos distraigan con escándalos de farándula mientras los verdaderos problemas siguen en la banca?
Y hasta aquí el chisme político de hoy. Nos vemos en la próxima, igual de chill.