Anna Viesca Sánchez: el derecho a decidir abortar también es liderazgo

Aborto legal-México
Aborto legal-México

El liderazgo no siempre se ejerce desde un podio o un cargo público. A veces, el acto más transformador radica en la decisión íntima de una mujer sobre su propio cuerpo. En un país donde el debate sobre el aborto ha estado marcado por la moral, la religión y la política, afirmar que el derecho a decidir abortar también es un acto de liderazgo significa reconocer que las mujeres son dueñas de su destino y constructoras de cambios sociales a partir de su autonomía.


El aborto como ejercicio de autonomía

El aborto no es solamente un procedimiento médico: es una afirmación de libertad. Una mujer que decide interrumpir un embarazo ejerce su derecho a elegir qué vida quiere vivir, qué proyectos quiere llevar adelante y qué futuro desea construir. En un contexto patriarcal que históricamente nos ha relegado a la obediencia y al sacrificio, decidir abortar es una ruptura con las cadenas de la imposición.


Liderazgo en la esfera personal

Cada vez que una mujer toma una decisión consciente sobre su maternidad —ya sea continuar o interrumpir un embarazo— está liderando su propia vida. Este liderazgo personal tiene un impacto colectivo: al desafiar los estigmas, se abre camino para que otras mujeres también lo hagan sin miedo ni culpa. El liderazgo empieza en lo íntimo, pero reverbera en lo público.


Liderazgo en la esfera política y social

La lucha por la despenalización del aborto en México es también una muestra de liderazgo colectivo. Desde las marchas feministas hasta los litigios estratégicos, las mujeres han demostrado que el derecho a decidir es un derecho humano y político. Cada mujer que alza la voz, comparte su historia o exige justicia, ejerce liderazgo social: no sólo reclama derechos para sí misma, sino que abre la puerta a que otras los disfruten.


El derecho a decidir como un acto de dignidad

Defender el aborto como un derecho no es promoverlo como obligación, sino reconocer la dignidad de la decisión. Un Estado verdaderamente democrático debe garantizar que todas tengamos la capacidad de decidir sobre nuestro cuerpo, sin criminalización ni estigmas. Negar este derecho es negar la capacidad de liderazgo de las mujeres en su vida más básica: la vida sobre sí mismas.

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