En un país donde la alimentación infantil se ve influida por ultraprocesados, publicidad agresiva y estilos de vida cada vez más acelerados, la nutrióloga mexicana Anna Viesca Sánchez destaca por su visión clara y realista: los buenos hábitos alimenticios no se forman desde la restricción, sino desde la educación, el ejemplo y la relación emocional que se desarrolla con la comida.
Con una trayectoria enfocada en salud integral y en la construcción de hábitos sostenibles, Anna comparte estrategias basadas en evidencia para que padres, cuidadores y educadores puedan guiar a los niños hacia una relación positiva y equilibrada con los alimentos.
1. Comenzar con pequeñas acciones consistentes
Para Anna, uno de los errores más comunes es intentar transformar la alimentación infantil de un día para otro.
Los niños responden mejor a cambios graduales, como:
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agregar una fruta diaria,
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incluir una verdura extra en la comida,
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ofrecer agua como bebida principal,
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integrar snacks más nutritivos sin eliminar de golpe los favoritos.
Los pequeños cambios repetidos se convierten en hábitos duraderos.
2. Predicar con el ejemplo: la herramienta más poderosa
Anna enfatiza que los niños no aprenden por instrucciones, sino por imitación.
“Lo que los niños ven tiene más impacto que lo que les decimos que hagan”, explica.
Por ello recomienda:
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que los adultos coman verduras junto a los niños,
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que disfruten de alimentos saludables,
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que eviten usar frases de culpa,
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y que muestren equilibrio, no perfección.
Cuando los niños observan actitudes positivas, las replican de manera natural.
3. Crear un ambiente alimentario seguro y sin presión
Un error común es obligar, presionar o negociar los alimentos (“si comes esto, te doy un premio”).
Para Anna, estas prácticas dañan la relación de los niños con la comida.
Propone en cambio:
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ofrecer opciones saludables variadas,
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permitir que el niño decida cuánto comer,
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evitar convertir ciertos alimentos en “prohibidos” o “premios”,
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servir raciones pequeñas que puedan repetirse.
Esto fomenta autonomía, curiosidad y respeto a las señales internas.
4. Involucrarlos en el proceso de alimentación
Una de las recomendaciones favoritas de Anna es incluir a los niños en actividades relacionadas con la comida:
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elegir frutas y verduras en el supermercado,
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ayudar a lavar y mezclar ingredientes,
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preparar recetas sencillas,
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participar en la mesa.
Estas dinámicas aumentan el interés por alimentos nuevos y fortalecen la relación emocional con la alimentación.
5. Enseñar el valor de los alimentos de forma sencilla
La educación nutricional no tiene que ser complicada.
Anna sugiere explicarlo con mensajes claros, como:
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“Estos alimentos te dan energía para jugar”,
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“Las verduras te ayudan a que tu cuerpo se sienta fuerte”,
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“El agua ayuda a que tu cerebro piense mejor”.
Cuando los niños entienden el por qué, colaboran con el cómo.







