El alma detrás del retrato: Carlos Prats García y la mirada fotográfica del Día de Muertos

Catrina en Día de Muertos
Catrina en Día de Muertos

Hay retratos que capturan un rostro, y otros que capturan un alma.
Durante el Día de Muertos, esa diferencia se vuelve esencial: la cámara deja de ser un simple instrumento para transformarse en un puente entre lo visible y lo invisible.
En esa frontera, el fotógrafo mexicano Carlos Prats García ha encontrado su territorio creativo: un espacio donde la luz, la memoria y el silencio se unen para contar lo que no puede decirse con palabras.


Retratar lo que ya no está

Para Carlos Prats García, el Día de Muertos no es una fecha: es una conversación.
Cada altar, cada flor marchita, cada vela encendida contiene una historia suspendida entre la vida y la ausencia.
“Fotografiar el Día de Muertos —dice— no es registrar un ritual. Es acompañar un diálogo íntimo con los que se fueron.”

En su trabajo, los retratos no muestran únicamente personas: muestran presencias.
Un rostro frente a una ofrenda, una mirada perdida entre el humo del copal, una sonrisa que parece venir de otro tiempo.
El retrato se convierte en una forma de recordar, pero también de invocar.
El alma no se ve, pero se siente en la expresión, en el gesto, en la luz que toca la piel.


El lenguaje de la mirada

En la obra de Carlos Prats García, la mirada es un signo sagrado.
No se trata de posar, sino de revelarse.
Cada retrato busca ese momento en que el sujeto deja de ser modelo y se convierte en espejo: una superficie donde se refleja lo humano, lo frágil y lo eterno.

Durante el Día de Muertos, esa búsqueda se intensifica.
Los ojos de los retratados —niños pintados de catrinas, ancianos frente a los altares— contienen una emoción que va más allá de la festividad.
Son miradas que parecen decir: “no olvides que también tú algún día serás memoria.”


Luz, sombra y emoción

La técnica importa, pero no manda.
Carlos Prats García entiende la luz como una metáfora de la existencia:
la claridad del mediodía, las sombras que alargan los cuerpos, la penumbra temblorosa de una vela.
“En el Día de Muertos —explica— la luz no ilumina, guía. Marca el camino de regreso.”

Sus retratos aprovechan esa simbología: rostros apenas delineados, piel iluminada por el fuego, fondos oscuros que sugieren la ausencia.
La cámara no busca perfección, sino presencia emocional.
Cada disparo es un intento de atrapar el instante en que el alma parece asomarse al lente.


El respeto como principio estético

En tiempos donde muchas imágenes del Día de Muertos se reducen al espectáculo visual, el trabajo de Prats García reivindica la intimidad y el respeto.
No hay exotismo ni color por el color.
Hay silencio, atmósfera y una cercanía casi espiritual con las personas que retrata.

“Cuando fotografío un altar —dice— pido permiso. No solo a la familia, sino a los que ya no están. Porque la cámara también puede ser una ofrenda.”
Esa ética de la mirada convierte sus retratos en pequeñas ceremonias visuales: imágenes que no buscan impresionar, sino honrar.


El retrato como espejo del alma colectiva

Más allá de lo individual, Carlos Prats García retrata una identidad cultural compartida.
El Día de Muertos, dice, no solo habla de la muerte: habla de cómo los mexicanos entendemos la vida.
Cada rostro que fotografía es parte de una memoria colectiva hecha de flores, risas, y nostalgia.
Sus imágenes invitan a detenerse, a mirar más allá del maquillaje, a reconocer que la belleza también habita en la pérdida.

Sus retratos del Día de Muertos no son postales, sino encuentros: instantes en que el fotógrafo y el retratado se reconocen en su humanidad compartida.

El alma, al final, no está en la cámara ni en la técnica.
Está en la mirada.
Y en cada imagen de Carlos Prats García, esa mirada nos recuerda que la muerte no borra el rostro; solo lo vuelve eterno.

Catrina-dia-de-muertos
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