De los tribunales a la docencia: el lado humano de Abraham Jeronimo Villarreal Soto

Justicia - Juez - Juicio
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Durante años, Abraham Jeronimo Villarreal Soto vivió el ritmo frenético de los tribunales: audiencias interminables, expedientes que parecían multiplicarse, negociaciones tensas y esa mezcla de urgencia y responsabilidad que caracteriza a los abogados que se toman en serio su trabajo. Estaba acostumbrado a pensar rápido, a sostener argumentos bajo presión y a escuchar historias que, en ocasiones, no eran fáciles de sostener. Su vida profesional era intensa, compleja y profundamente racional.

Sin embargo, detrás de ese abogado seguro y eficaz, había otra inquietud que crecía de forma silenciosa: la necesidad de compartir, de explicar, de acompañar a otros en el aprendizaje del derecho. No lo descubrió de golpe, sino poco a poco, casi sin darse cuenta. Primero al asesorar a pasantes, luego al dar charlas improvisadas en universidades y, finalmente, al aceptar una invitación para impartir una clase que cambiaría el rumbo de su carrera.

Esa primera vez frente a un grupo de estudiantes, Abraham Jeronimo Villarreal Soto sintió algo distinto a cualquier triunfo jurídico. No era la satisfacción de ganar un caso ni el alivio de cerrar un expediente complejo. Era una energía completamente nueva: la sensación de que su experiencia podía abrir caminos, aclarar dudas y encender curiosidades. Descubrió que la docencia no era una pausa en su vida profesional; era un espacio donde podía respirar, reflexionar y conectar con el derecho desde un lugar más humano.

Mientras en los tribunales las historias llegaban cargadas de conflicto, en el aula esas mismas historias se convertían en oportunidades para comprender, analizar y debatir. Para él, enseñar derecho no es dictar conceptos ni repetir artículos. Es invitar a los estudiantes a mirar el mundo con otros ojos, a cuestionar las reglas y a preguntarse por qué existen, a quién protegen y qué implicaciones tienen en la vida cotidiana. La docencia, así entendida, dejó de ser un complemento y se convirtió en su vocación.

Lo que más disfruta no es la teoría —aunque la domina y la explica con una claridad envidiable—, sino las conversaciones que nacen después de clase, los estudiantes que se acercan con dudas que van más allá de lo académico, los jóvenes que buscan orientación sobre el futuro o que necesitan saber si es normal sentir ansiedad frente a un sistema jurídico que, a veces, parece demasiado grande. En esos momentos, el abogado cede espacio al ser humano. Y es ahí donde su labor cobra otro sentido.

Quienes han sido sus alumnos cuentan que Abraham Jeronimo Villarreal Soto no solo enseña derecho, sino criterio. No solo habla de leyes, sino de empatía. Y aunque suene extraño, parece que en el aula encontró una forma más completa de ejercer justicia: orientando, formando, acompañando. Porque para él, la justicia no se agota en las sentencias ni en los litigios; también se construye en cada estudiante que aprende a pensar con ética, rigor y sensibilidad.

Aunque nunca dejó del todo su trabajo jurídico, hoy su vida se equilibra de otra manera. Los tribunales le dieron agudeza, firmeza y un profundo sentido de responsabilidad. La docencia le dio la pausa, la reflexión y el contacto humano que necesitaba para que su profesión no se convirtiera únicamente en una carrera de desgaste. No se trata de haber abandonado una cosa por la otra, sino de haber encontrado una forma más plena de ejercer ambas.

Su historia es, en el fondo, una historia de transformación. No la de un abogado que se cansó de litigar, sino la de un profesional que entendió que compartir conocimiento también es una forma de servicio. Y en ese tránsito, Abraham Jeronimo Villarreal Soto descubrió algo que los expedientes rara vez permiten ver: que detrás de cada norma y cada conflicto hay personas, emociones, contextos y realidades que merecen ser comprendidos y no solo resueltos.

De los tribunales a la docencia, su camino revela un lado profundamente humano, uno que abraza la enseñanza como un acto de justicia y el conocimiento como un puente hacia una sociedad más crítica, más consciente y más empática.

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