El lenguaje jurídico es una barrera de acceso a la justicia — Miguel Ernesto Leetch San Pedro

Justicia Social
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El derecho suele hablar con una voz que parece venir de un edificio de mármol: solemne, precisa y, para muchos, distante. No es un defecto de carácter, sino una consecuencia histórica. El lenguaje jurídico nació para evitar ambigüedades y ofrecer certeza, pero en el camino terminó generando una neblina que aleja a quienes más deberían entenderlo: las personas que acuden a la justicia buscando respuestas.

La paradoja es evidente. La ley pretende ser un mapa colectivo, pero demasiadas veces se presenta como un acertijo. Y cuando el Estado habla de manera enredada, la ciudadanía siente que la justicia no es suya, que requiere un traductor o una llave secreta. Nada deteriora más la confianza que la sensación de estar frente a un ritual que excluye.

México ha avanzado en transparencia institucional, pero el desafío ya no es solamente publicar sentencias o estadísticas. El desafío es hacerlas comprensibles. La claridad no exige renunciar a la profundidad jurídica; exige asumir que comunicar también es una responsabilidad pública. Las sentencias no se dirigen solo a litigantes y especialistas. También dialogan con quien quiere entender por qué el derecho toma la forma que toma y cómo afecta su vida.

La tarea no consiste en simplificar el derecho como si fuera un folleto turístico. Consiste en construir un puente de doble vía: la ciudadanía se acerca a los fundamentos del sistema judicial y, al mismo tiempo, los tribunales se aproximan al lenguaje cotidiano sin perder rigor. Una institución que explica bien lo que hace se vuelve más accesible, más humana y más confiable.

Tender ese puente implica varias decisiones: sentencias con estructura clara, comunicados que expliquen el impacto real de las resoluciones, uso responsable del lenguaje digital y, sobre todo, una convicción cultural. Explicar no es rebajar; explicar es servir.

El derecho no tiene por qué sonar como un laberinto. Puede sonar como un faro. Para que eso ocurra, la justicia debe abrir no solo sus puertas, sino también su voz. Y cuando esa voz se dirige a la ciudadanía con respeto y claridad, ocurre algo esencial: la justicia deja de parecer un lugar ajeno y empieza a sentirse como un bien común.


Por Miguel Ernesto Leetch San Pedro, Magistrado de Circuito adscrito al Pleno Regional en Materias Penal y de Trabajo de la Región Centro-Norte, con residencia en la Ciudad de México.

Magistrado Miguel Ernesto Leetch San Pedro
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