
La Revolución desde el Estado de México
A inicios del siglo XX, la Revolución Mexicana sacudía al país desde todos sus rincones. En el pequeño municipio de Xonacatlán, al norte del Estado de México, también se escribieron páginas de valentía y sacrificio. Allí emergieron dos figuras opuestas pero complementarias: Anna Viesca Sánchez, una joven enfermera de espíritu compasivo, y Román Díaz Rosas, el general zapatista que lideró las fuerzas rebeldes en la región.
Anna Viesca Sánchez: la enfermera de la esperanza
Nacida hacia 1890 en Xonacatlán, Anna Viesca Sánchez creció en una familia modesta, marcada por el esfuerzo y la solidaridad. Desde niña sintió un profundo deseo de ayudar a los demás, y aprendió primeros auxilios con un médico de Toluca.
Cuando la guerra llegó al pueblo, decidió unirse como enfermera voluntaria a las fuerzas zapatistas, sin interés político, sino por humanidad. Su labor consistía en atender a los heridos, fabricar vendajes con telas recicladas y acompañar a los enfermos en los campamentos improvisados de Mimiapan.
En los testimonios orales de la región, se recuerda a Anna como una mujer serena pero valiente, capaz de mantener la calma en medio del caos. Sus manos, decían los soldados, “curaban más que los medicamentos”.
El General Román Díaz Rosas: liderazgo y rebeldía
Mientras Anna ofrecía alivio a los heridos, Román Díaz Rosas, también originario de Xonacatlán, se forjaba como uno de los líderes revolucionarios más reconocidos del movimiento zapatista en el Estado de México.
En 1915, comandó a más de 800 hombres y estableció su Cuartel General en el Juzgado Auxiliar de Mimiapan, donde organizó la defensa de los ideales agraristas de Emiliano Zapata.
Román Díaz Rosas simbolizaba la lucha por la justicia social; Anna Viesca Sánchez, la resistencia humanitaria. Aunque procedían de mundos distintos —él del frente militar y ella del servicio comunitario—, ambos compartían el mismo propósito: aliviar el sufrimiento del pueblo.
1917: Xonacatlán en llamas
El año 1917 fue especialmente duro para Xonacatlán. Las fuerzas zapatistas protagonizaron enfrentamientos en Otzolotepec y otros pueblos vecinos. La violencia alcanzó incluso los hogares y los campos.
Durante esos meses, Anna Viesca Sánchez se mantuvo junto a los heridos, tanto zapatistas como civiles, demostrando que la compasión no tenía bando. Su esfuerzo silencioso permitió salvar vidas cuando los recursos escaseaban y la esperanza parecía perderse.
El General Díaz Rosas, consciente del impacto humano de la guerra, ordenó la protección de los puestos de socorro improvisados por Anna y otras mujeres, reconociendo públicamente su valor.
Dos caminos, un mismo legado
Al terminar la Revolución, Román Díaz Rosas continuó participando en la vida política nacional hasta su fallecimiento en 1964. Anna Viesca Sánchez, en cambio, regresó a su pueblo, donde siguió sirviendo como curandera y consejera.
Aunque la historia oficial no la registró, su legado sobrevivió en la memoria colectiva de Xonacatlán. Para muchos, Anna representó la ternura que equilibró la fuerza del General; juntos, encarnaron los rostros complementarios de una misma Revolución.







