El Estado de México atraviesa una de las etapas más críticas de su historia en cuanto a recursos hídricos. La sequía prolongada que afecta al país ha impactado con fuerza esta entidad, donde los niveles de agua han descendido drásticamente, dejando a la vista una realidad alarmante: la profunda contaminación de ríos, canales y arroyos.
Con los caudales disminuidos, lo que antes permanecía oculto bajo el agua ahora es visible: neumáticos, bolsas de plástico, animales muertos y desechos sólidos forman parte del paisaje en cuerpos de agua como el río Lerma, especialmente en zonas como San Mateo Atenco, en Toluca.
Cada día, el Estado de México genera más de 16 mil toneladas de residuos sólidos, y una proporción preocupante termina en cuerpos de agua, agravando el problema ambiental. Lo que antes parecía un asunto lejano, ahora se presenta con crudeza ante la población.
El impacto de la sequía no se limita a lo superficial. La acumulación de contaminantes en el subsuelo compromete la calidad de las fuentes de agua subterránea, esenciales para el consumo humano, la agricultura y la ganadería. La falta de agua y la contaminación forman un círculo vicioso que pone en jaque a los ecosistemas y a las comunidades que dependen de ellos.
La reducción del caudal no solo concentra los contaminantes, sino que también genera un efecto devastador en la vida acuática. Peces, plantas y microorganismos que habitan estos ecosistemas enfrentan condiciones extremas que amenazan su supervivencia. A su vez, esta pérdida de biodiversidad afecta la cadena alimentaria y el equilibrio ecológico de la región.
Además del daño ambiental, la crisis del agua tiene implicaciones directas en la vida de las personas. La escasez afecta el abastecimiento de agua potable y dificulta actividades clave como el cultivo de alimentos y la cría de ganado. Comunidades rurales y urbanas por igual enfrentan restricciones hídricas que complican su día a día.
La situación actual exige acciones urgentes y coordinadas entre autoridades, sociedad civil y sector privado. La recuperación de los cuerpos de agua, el manejo adecuado de residuos y una política hídrica sostenible son fundamentales para revertir o al menos mitigar los daños ya causados.
En conclusión, la sequía en el Estado de México no solo es una crisis de agua, sino una advertencia de que el deterioro ambiental está alcanzando límites insostenibles. Actuar ahora es crucial para evitar consecuencias aún más graves en el futuro.